Dolencias
Hoy, juraría que
amaneció más temprano. Volvía a casa cuando su hábito ya dejaba ver un cielo
claro; las nubes, las sierras al fondo.
El aire, la
lluvia en la cara, es el bálsamo que tan ingratamente, dejamos pasar.
La vida se traslada
a veces tan imperceptible. Usar demasiado tiempo en trivialidades puede
dejarnos al margen de sentir la bendición en el rostro.
Hoy, más que
nunca, soy un convencido de eso.
Un matrimonio amigo
tuvo su segundo hijo varón por estos días. Noah tal vez sea mi ahijado. Es tan
hermoso, tan pequeñito.
El jueves
pasado, después de unos días de vacaciones, de cambiar el aire, se fue mi primo
hermano de Deán Funes. Volvió a Buenos Aires con su hijo de ocho años. Desgraciadamente,
hace seis meses que perdió a su mujer y su dolor le arrebató todo el brillo de
su mirada. Su desgano es el vivo reflejo de su rostro; su sonrisa, un sobrado
esfuerzo por rescatarla de algún lugar. Su vida dio un giro impensado, y de
repente, demasiado silencio alrededor, demasiados lugares para recordar, demasiados
recuerdos para olvidar. En un segundo la vida se vuelve un castigo, y resistiéndola
así, uno debe seguir a pesar del desalojo de la sonrisa, del dolor en los
silencios, de la casa vacía, las agujas en el corazón, del amor ausente, las
ganas de nada. La existencia es a veces tan contradictoria. En diferentes
formas y sentidos los dos seguirán su vida. Uno, con la dicha de ver crecer a sus
dos hijos dentro de una familia arraigada. Los dos pequeños dormirán despreocupados
del mundo, sabiendo que al despertar, todo seguirá como cuando cerraron los
ojos la noche anterior.
La otra será la
cara opuesta de una ingrata fortuna. Será aferrarse al hijo de los dos para
salvarlo de todas las maneras en que se puede salvar un hijo. Será prenderse al
amor como sostén y guía. Será dolor hasta que los recuerdos sean libres, hasta
que el tiempo los amolde a un portarretratos sin tener que pasar de frente a
ellos, y dejar caer otra lágrima. Será llenar los silencios, sobrellevar el inmenso
peso de la tragedia hasta volver a sentir el aire en el rostro. Descubrir un
nuevo amanecer.
A veces pienso
que mi mundo es demasiado pequeño, demasiado tiempo rebotando en la pequeñez de
mi existencia, soportando, sufriendo ingenuidades que no significan
absolutamente nada.
La vida de otras
personas nos trae alegrías que disfrutamos como propias. También, dolores que
no esperábamos. Pero que al mismo tiempo, nos hacen entender, nos hacen virar
nuestros propios sentidos. Y así, la vida nos entrega otra llave.
Todo, es parte
de todo.
Si tan sólo uno tuviese
las palabras exactas para el dolor. Pero el consuelo sigue siendo un condimento
más de la dolencia, del padecimiento. Fuera, la vida continúa latiendo. Uno es
el resultado de lo que gira a nuestro alrededor.
El viento sigue
soplando entre los árboles. La lluvia continúa golpeando las baldosas. Los
amaneceres se suceden unos a otros, sobreviven a pesar de las tormentas. El
milagro de la vida nos ofrece mil caras diferentes.
El tiempo lo
sabe: siempre habrá un cielo que se vea más azul.
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