El príncipe

Al finalizar, le cayeron un par de lágrimas. Las quitó con el revés de su mano, no quería que su madre lo viera llorar cuando entrara a besarlo. No entendía el porqué de esas gotitas saladas, pero sabía muy bien que su corazón las pedía. Tal vez era él después de todo. Pensó en su abuela; ella decía que era un príncipe. Así lo llamaba desde siempre. Parpadeó y la goterita de su corazón filtró un nuevo diamante salino al recordarlo. Suspiró sin saberlo. Observó, otra vez en detalle, la tapa flamante. Besó al niño trepado a ese planeta desconocido. Lo acarició con las yemas de sus dedos diminutos. Suave, muy suave. “Hasta mañana, principito”, dijo con una vocecita entrecortada. Apagó la luz, se cubrió con la manta y cobijó el libro contra el pecho antes de quedarse dormido.

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