Lágrimas quemadas


La vi. Tu mirada fue un vástago quebrado, sí
nunca supe de la dolencia brumosa del alma
de la condenación irreligiosa de no poder volar
hasta que te vi arrastrando el metal indigno;
enmudeció mi sangre con la impotencia del testigo
y el dolor vivió en mí, enviándome lágrimas quemadas.

¿Qué parte de la vida te dio la espalda?
¿Existen corajes ilógicos? No lo sé,
tal vez la vida entera sean todas las pesadillas
los días, la corona de espinas en la sien.
Entiendo, la debilidad es parte de este infierno;
y el cielo, de los santos... Lo sé: tampoco es cierto.

Tus manos de brillo plateado fueron cenizas de agujas
el silencio que siguió, la maldita ponzoña del destierro
juro que al verte, hasta mi libertad me dolió…
La afonía de tu conciencia sabrá de tu paz
y este final, tal vez, a nadie le convenga
si renuncio a mi virtud por la palmada en la grieta.

Hermano, me mata la pena del dolor justificado
esa parte de mí que te quiere liberar,
renuncio a mi moral absurda de inútil justiciero
de esos sueños que se rompen sin poder brillar
en un mundo atestado de perros carroñeros
¿quién pudiese arrojar la piedra, sin mirar atrás?

Cuando los justos liberen tu calvario
y de esta turba hambrienta seas uno de los elegidos,
cuando tu sonrisa vencida hunda sus rodillas
y las lágrimas piadosas que te precedieron
vacíen la tempestad y la sal
ahí estaré parado, amigo, donde supones final.

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